Este castillo inspira cuentos de hadas con su diseño impresionante, que combina elementos medievales y neorrománicos. De hecho, se dice que fue la inspiración para el castillo de la Bella Durmiente en los parques de Disney. Neuschwanstein está enclavado en un paisaje montañoso espectacular, rodeado de lagos y bosques, lo que aumenta su encanto y lo convierte en un destino de ensueño para los viajeros.
Historia de la construcción
Los trabajos en el futuro emplazamiento de la edificación comenzaron en el verano de 1868, llegándose a rebajar hasta 8 metros de roca para hacer sitio a los cimientos. En junio de 1869 quedó terminada la nueva carretera de acceso. En la ceremonia de colocación de la primera piedra celebrada el 5 de septiembre de 1869, y siguiendo la tradición de Luis I, se depositaron retratos del promotor de la obra y monedas de su época de gobierno. Para la construcción se hizo uso de los medios más modernos, tanto técnicos como de los materiales. Los fundamentos se hicieron con cemento, la fábrica consta de ladrillos y solamente fue revestida con piedra caliza clara.
Primeramente se construyó la puerta fortificada, cuya fiesta de cubrir aguas se celebró el 11 de junio de 1872, y a finales de 1873 estaba preparada para ser habitada; el piso superior serviría de vivienda durante años a Luis II. Las obras del palacio comenzaron en septiembre de 1872; el tamaño deseado posteriormente por Luis II para la Sala del Trono exigiría por motivos de estática una técnica moderna, siendo dotada de una construcción de hierro revestida. La fiesta de la cubierta de aguas tuvo lugar el 29 de enero de 1880. El equipamiento técnico y decorativo se dio por finalizado, salvo excepciones, a mediados del 1884. Luis II sólo vio su nuevo castillo en obras; las llamadas dependencias de las damas y la torre cuadrada no se erigirían hasta 1892 en una forma más sencilla.

b Casa de los Caballeros
c Torre cuadrada
d Ala de unión
f Antesala
g Residencia señoral
h Patio superior
j Puerta fortificada
k Torre-escalera
l Dependencias de las damas
m Cocina

El Castillo de Neuschwanstein hoy
Siete semanas tras la muerte del rey Luis II en 1886 se abrió al público el Castillo de Neuschwanstein. El rey, de carácter retraído, había construido el castillo para poder alejarse de la vida pública – lo que en su día fuera su refugio se ha convertido en un lugar principal de atracción para el público.
Neuschwanstein es hoy uno de los castillos más visitados de Europa. Aproximadamente 1,4 millones de personas visitan anualmente “el castillo del rey de cuento de hadas”. En verano, se agolpan diariamente más de 6.000 visitantes por unas habitaciones que estaban destinadas a un solo residente. Esto, en combinación con el clima alpino y la luz, provoca un estrés considerable en los valiosos muebles y textiles, que nos esforzamos por conservar.
La idílica situación de Neuschwanstein es única. Sin embargo, se deben vigilar constantemente los movimientos en las zona de los cimientos y las escarpadas laderas tienen que ser aseguradas continuamente. También el duro clima ataca las fachadas de piedra caliza, lo que exige continuas medidas de rehabilitación.

Decoración y técnica moderna
Ninguna otra construcción como Neuschwanstein muestra tan claramente los ideales y anhelos del rey Luis II. El castillo no era un escenario de representación real sino un lugar de retiro. Aquí se refugiaba Luis II en un mundo imaginario – en el mundo poético de la Edad Media.

Las pinturas murales del castillo tienen como tema historias de amor, culpa, penitencia y salvación. Reyes y caballeros, poetas y parejas de amantes pueblan las habitaciones. Tres figuras son de central importancia: el poeta Tannhäuser, el caballero del cisne Lohengrin y su padre, el rey del Grial Parsifal. Estos fueron los modelos y los seres espiritualmente afines a Luis.
Otro tema principal en la decoración es el cisne. El cisne era a su vez el animal heráldico de los condes de Schwangau, de los que el rey se sentía sucesor, y el símbolo cristiano de la “pureza”, a la que Luis aspiraba profundamente.
En la concepción del castillo también jugaron su papel ideas políticas y religiosas, algo que se reconoce especialmente en la Sala del Trono. Las representaciones muestran aquí cómo se imaginaba Luis II una monarquía “por la gracia de Dios”: como mandato santo, dotado de un poder que nunca poseyó el rey bávaro.
Técnica moderna en vestimenta medieval
En Neuschwanstein la Edad media sólo era una fantasía: detrás de una apariencia antigua se escondía la técnica más avanzada y el máximo confort.
Las habitaciones del palacio, el edificio de vivienda real, se calentaban mediante una calefacción central de aire caliente. En todas las plantas se disponía de agua corriente, en la cocina incluso de agua caliente y fría. Los inodoros contaban con desagüe automático.
A través de una instalación eléctrica de comunicación interna, el rey podía llamar a sus sirvientes y ayudantes. En el tercer y cuarto piso había incluso conexión telefónica. Los alimentos no tenían que subirse trabajosamente por las escaleras, pues tenían su elevador.
Ya en la edificación del Castillo se había hecho uso de los medios más modernos. Por ejemplo, las grúas se accionaban mediante máquinas de vapor, y la Sala del Trono se erigió como una construcción de acero revestida. Una particularidad de Neuschwanstein son los grandes ventanales. La fabricación de estos tamaños tan grandes aún era rara en tiempos de Luis II.


Visita al Castillo de Neuschwanstein
Las estancias de representación y las privadas se encuentran en el tercer y cuarto piso. Las estancias del segundo piso se quedaron en obra bruta y hoy albergan salas internas del museo.

2 – Sala del Trono
3 – Antesala
4 – Comedor
5 – Dormitorio
6 – Capilla
8 – Salón
9 – Gruta e invernadero
10 – Despacho
11 – Antesala o Sala de los Ayudantes
12 – Pieza de paso

13 – Vestíbulo Superior
14 – Sala de los Cantores
Esta conjunción de iglesia y sala del trono ilustra el concepto de monarca que poseía Luis II: éste se veía a sí mismo no sólo como rey por la gracia de Dios, sino también como mediador entre Dios y el mundo en general. Esta idea también se encuentra reflejada en la cúpula estrellada y en el mosaico del suelo que ella cubre, donde se representa la Tierra con sus plantas y animales. Bajo la cúpula se pueden ver a algunos representantes de imperios precristianos. Las pinturas de la zona del ábside muestran a Cristo, a los doce Apóstoles y a seis reyes santos, y las pinturas murales presentan hechos de los reyes y de otros santos. La Sala del Trono, sin embargo, no estaba destinada para actos oficiales. Es una plasmación de la reivindicación de Luis II al trono.
Además le unían otros vínculos con la dinastía de los Borbones: el rey Luis XVI – un descendiente directo de Luis IX – fue el padrino de bautizo de su abuelo el rey Luis I.
Desde la gruta se accedía al invernadero a través de una puerta de cristal corrediza inserta en la “roca”. Sus enormes ventanales ofrecen una amplia panorámica de la región prealpina. La fuente que presenta el invernadero estaba destinada realmente a la sala morisca del segundo piso del castillo, que no llegaría a realizarse.
El rey trabajaba en la gran mesa central, en la que todavía se puede ver su escribanía. En el armario se guardaban los planos del Castillo y los bocetos de Neuschwanstein. Las vigas y ménsulas del techo han sido talladas muy ricamente.
Las pinturas murales ilustran la saga de Gudrun de la Edda nórdica antigua, la continuación de la saga de Sigurd.
En ella se han unido dos estancias históricas del Castillo de Wartburg: el Salón de Fiestas y la Sala de los Cantores. En la Sala de los Cantores de Wartburg supuestamente tuvo lugar el famoso torneo de cantores, tema tratado también en la ópera “Tannhäuser” de Richard Wagner. Luis II visitó el Castillo de Wartburg en el año 1867 a instancias de Wagner.
En la parte estrecha oeste se encuentra la tribuna de los cantores, separada del resto por medio de tres arcos con columnas; en la parte superior hay una pequeña tribuna más pequeña. En el programa de las pinturas de la sala no predomina la competición de los cantores, sino que se centra en la saga de Parsifal y el Santo Grial. La tribuna inferior en forma de escenario está decorada con un bosque, el bosque sagrado del Castillo del Grial. El hijo de Parsifal es Lohengrin, el caballero cisne, con el que se cierra la serie de pinturas. El artesonado, de gran altura, reproduce los signos del zodiaco.
En esta sala nunca tuvieron lugar grandes banquetes o conciertos de música: Luis II creó aquí un monumento a la cultura caballeresca medieval y al mundo de las sagas. Tannhäuser, Parsifal y Lohengrin fueron figuras con las que el rey se identificaba ya desde su juventud.
En la parte larga norte se montó una tribuna. Sus ménsulas muestran a Flayetanis y Kyot, redactor y traductor respectivamente de la saga del Grial. El muro portante de la tribuna separa un pasillo cuyo artesonado polícromo muestra cintas con los nombres de los minnesänger, o trovadores. En el muro de las ventanas situado enfrente, las ménsulas talladas portan adornos figurados y simbólicos relacionados con la saga de Parsifal: por ejemplo, el Lucifer alado, que en su caída pierde una piedra preciosa de su corona, de la cual posteriormente se fabricará el Santo Grial.
Le sigue una alacena con un armario empotrado para la vajilla y un despacho acristalado para el jefe de cocina, y el fregadero.














Orígenes de Neuschwanstein
Luis II, rey de Baviera desde 1864, dirigía en mayo de 1868 las siguientes líneas a su idolatrado Richard Wagner:
“Tengo la intención de hacer reconstruir la vieja ruina del castillo de Hohenschwangau en el desfiladero del Pöllat al estilo auténtico de los antiguos castillos alemanes, y tengo que confesarle que me alegra mucho poder llegar a habitar allí algún día (en tres años); varias habitaciones de invitados, desde las que se disfruta de una panorámica magnífica, con el majestuoso Säuling, la cordillera del Tirol y más allá la llanura, serán acondicionadas confortablemente y con carácter acogedor; Vd. le conoce, a ese mi admirado huésped que quisiera alojar allí; el lugar es uno de los más bellos que se puedan encontrar, inaccesible y sagrado, un templo digno para el divino amigo, por el que florece la única gloria y la verdadera bendición del mundo.

También encontrará reminiscencias de “Tannhäuser” (Sala de los Cantores con vistas al castillo de fondo), de “Lohengrin” (patio del castillo, corredor abierto, camino a la Capilla); en cada detalle será este castillo más bello y acogedor que el castillo de abajo, el de Hohenschwangau, que cada año se profana con la prosa de mi madre; se vengarán los profanados dioses y arriba estarán con nosotros en alturas escarpadas, envueltos en el éter.”
Casi todos los aspectos de “su” Neuschwanstein están aquí plasmados. Sin embargo quedan sin mencionar los desencadenantes políticos: en 1866, Baviera, en alianza con Austria, había perdido una guerra contra la expansionista Prusia. Baviera entonces se vio forzada a una “alianza de protección y defensa”, que en caso de guerra privaba al rey de la potestad sobre su ejército. Con ello, Luis II dejó de ser soberano desde 1866. Esta limitación fue la mayor desgracia de su vida. En 1867 inició los planes para crear su propio imperio, donde poder moverse y sentirse como un verdadero monarca: sus castillos.
El príncipe heredero Maximilian II de Baviera, padre de Luis, había mandado rehabilitar en 1832 el ruinoso castillo de Hohenschwangau en “estilo gótico”. El romántico paisaje montañoso marcó al joven Luis, que eligió el castillo de verano como su lugar de estancia preferido.

Hohenschwangau estaba decorado con escenas de leyendas y poemas medievales, entre ellos de Lohengrin, el caballero del cisne. Luis se identificó ya en su juventud con aquel Lohengrin, al cual Richard Wagner dedicaría en 1850 una ópera romántica.
El cisne era a su vez el animal heráldico de los condes de Schwangau, de los que el rey se sentía sucesor. Ya Maximiliano II había elevado el cisne a motivo principal de Hohenschwangau. De esta forma se unían aquí la idealizada exaltación medieval con la tradición concreta del lugar.
Maximiliano II ya había mandado trazar en los alrededores de Hohenschwangau caminos y miradores para poder disfrutar de la naturaleza; y, como regalo de cumpleaños para su esposa María, gran aficionada a la escalada, hizo construir en la década de los 1840 el puente “Marienbrücke”, muy alto sobre el desfiladero del Pöllat.

Desde la estrecha cresta de la montaña, a la izquierda del Pöllat, la llamada “Jugend” (juventud), se ofrecía una vista única de las montañas y los lagos. Maximiliano II amaba este lugar y planeó allí, en 1855, un pabellón con mirador. El príncipe heredero Luis subía a menudo a la “Jugend”.
En la “Jugend” se encontraban los restos de dos pequeños castillos: el de Hohenschwangau anterior y el posterior. Aquí proyectó Luis II su “Nuevo Castillo de Hohenschwangau” (la denominación “Neuschwanstein” no nacería hasta después de la muerte del rey). Este debía dar una imagen mejor de castillo medieval ideal que el de Hohenschwangau. Decisivo en ello era el concepto de perfeccionamiento: La “reconstrucción” debía efectuarse en el estilo más puro y ser acondicionado con los más modernos adelantos técnicos.

En 1867 Luis II visitó el recién “reconstruido” castillo de Wartburg. Allí le entusiasmó principalmente la “Sala de los cantores”, pretendido lugar del legendario “torneo de los cantores”. El castillo de Wartburg y su sala fueron los motivos inspiradores del “Castillo Nuevo”. El arquitecto Eduard Riedel fue el encargado de adaptar las ideas destinadas para decorados teatrales del escenógrafo de Múnich Christian Jank.
Sus esperanzas de que las obras avanzaran rápidamente no se vieron cumplidas. Se trataba de un proyecto de gran envergadura y la construcción sobre la montaña era difícil. Decoradores de escena, arquitectos y artesanos se ocuparon de la realización de las precisas ideas del rey, cuyos ajustadísimos plazos sólo podían cumplirse en parte y trabajando a destajo día y noche.
La primera piedra del “Castillo Nuevo” fue colocada el 5 de septiembre de 1869. Lo que primero quedaría terminado, en 1873, sería la puerta fortificada en la que Luis II viviría durante años. En 1880 se celebró la terminación de cal y canto del edificio palaciego que pudo habitarse en 1884.

Acusando una timidez progresiva y con crecientes aspiraciones a la dignidad real, Luis II cambió el programa de la obra. En vez de las habitaciones de invitados previstas, se planeó una “Sala Morisca” con una fuente, que no se llegó a construir. La “Habitación de Escritorio” pasó a ser desde 1880 una pequeña gruta.
La sencilla “Sala de Audiencias” se convirtió en un Salón del Trono de grandes magnitudes. Éste ya no se destinaría a las audiencias, sino que ahora se convertiría en monumento a la monarquía y reproducción de la legendaria Sala del Grial. Para poder integrar esta sala en el palacio, que ya estaba edificado, se precisaron de modernísimas construcciones de acero.
En la parte oeste del palacio debía ser construido un “Baño de los Caballeros” como reminiscencia de los baños rituales de los caballeros del Grial. Ahora, hay ahí una escalera destinada a los visitantes que conduce hasta la salida.
El caballero del cisne
La idea de una reconstrucción, característica de fines del Romanticismo, que reaparecerá en 1883 con los planes de Luis II para el castillo de Falkenstein, se enlaza con la idea de un castillo nuevo del caballero del cisne Lohengrin; su animal heráldico, el cisne, retorna al castillo del padre, Hohenschwangau, que en muchos sentidos será preparatorio del arte de Luis. El cisne había sido también el animal heráldico de los señores de Schwangau. Maximiliano II, considerándose su sucesor, adoptó su blasón.
Su hijo continuó con ello; por eso el cisne también aparece de forma heráldica en Neuschwanstein, en parte en combinación con los escudos medievales del conde del Palatinado del Rin, lo que Luis II nominalmente aún era, y con el escudo real de rombos de Baviera.
Desde su infancia, Luis conocía muy bien la saga de Lohengrin a través de los murales del castillo paterno. El “Lohengrin” de Wagner lo conoció el 2 de febrero de 1861 en la Ópera de la corte de Múnich, quedando absolutamente entusiasmado. De este modo, con el tiempo, Luis II llevaría a cabo en sí mismo una típica fusión romántica: la de un señor de Schwangau real con el ficticio caballero del cisne Lohengrin, pero siempre con la consciencia de monarca gobernante de Baviera.
Una creación nueva del Historicismo
Los planos para el Castillo de Neuschwanstein, que tomaban como modelo los dibujos encargados por el rey Luis II de Baviera a Christian Jank, fueron realizados por el arquitecto e inspector superior de obras públicas, Eduard Riedel, que ya había acondicionado el castillo de Berg para el padre del rey entre 1849 y 1851. El estilo se fue transformando en los dibujos de Jank, adaptándose a los deseos del rey, pasando de ser, en un primer momento, un pequeño castillo de caballeros conquistadores con detalles del gótico tardío a un castillo “románico” monumental, cuyo edificio palaciego de cinco plantas recuerda a grandes rasgos al castillo de Wartburg.
Por lo tanto, Neuschwanstein, que curiosamente hoy en día encarna en todo el mundo el prototipo del “castillo medieval” por excelencia, no es una copia de una construcción histórica cualquiera, sino una creación nueva en su composición, característica del Historicismo, que presenta motivos arquitectónicos procedentes del castillo de Wartburg y de representaciones de castillos de las pinturas miniadas medievales.
Es significativo que el proyecto de Jank fuera objeto de críticas referidas a su fidelidad histórica. El pintor Michael Welter, que había sido recomendado al rey como históricamente exacto por el alcaide del castillo de Wartburg, se ofreció a suministrar para Neuschwanstein los “detalles necesarios” siguiendo modelos románicos y advirtió que el proyecto final de Janks “levantaría las más enconadas y duras críticas.” El secretario de la corte, Düfflipp, rechazó las propuestas de Welter en una carta del 21 de noviembre de 1871 con los siguientes argumentos:
“Por soberano deseo de Su Majestad el Rey, el nuevo castillo debe ser construido en estilo románico. Puesto que en el presente escribimos el año 1871, hemos sobrepasado, por tanto, en siglos el periodo aquel en el que se erigía en estilo románico, y no puede caber la menor duda acerca de que los progresos alcanzados en el campo de las artes y las ciencias en este intervalo de tiempo también beneficiarán a la emprendida fábrica. – Con esto no he querido decir que nos permitamos cambios en el estilo que alteren su carácter, pero tampoco quisiera dar a entender que queramos trasladarnos al tiempo antiguo y renunciar a una experiencia que seguramente hubiera sido aplicada de haber existido entonces.”
En el Historicismo se formulaba constantemente “la idea de culminación”, es decir, no simplemente copiar el estilo histórico, sino de “ultimarlo” usando todos los medios modernos artísticos y técnicos disponibles. Por eso, la típica combinación de técnica constructiva moderna con formas decorativas y constructivas históricas no se consideraba, en absoluto, como una contradicción. Luis II actuó según esta premisa, y así el Castillo “románico” de Neuschwanstein presenta una modernísima cocina, calefacción de aire caliente y ventanas industriales herméticas de metal.
El exterior del Castillo, tras la supresión de muchos de los detalles pintorescos de los bocetos de Jank, fue tomando formas cada vez más severas bajo la dirección de Georg Dollmann, sucesor de Riedel desde 1874. El carácter casi sobrio se verá reforzado por la forma simplificada de las partes finalizadas después de 1886.
Julius Hofmann, bajo cuya dirección de 1886 a 1892 la construcción alcanzó un cierto grado de terminación, (generalmente según los planos de Riedel), proyectaría, siguiendo los gustos del rey, toda la decoración interior “románica” de Neuschwanstein junto con todo el mobiliario. Únicamente el Dormitorio, según un borrador de Peter Herwegen, y la Capilla presentan un estilo “gótico tardío”, con muebles que en sus formas “historicistas” difieren claramente del neogótico biedermeier de Hohenschwangau.
Merece la pena, revisar como ir. Fuimos desde munich en tren. El tren de ida muy bien pero de vuelta un desastre. Desde la estación de tren hay taxis o autobuses a los alrededores del castillo. El ultimo 2km, los tienes que hacer en caballo, autobus o andando. Andando es cuesta arriba. El castillo desde fuera puedes verlo gratis. Por dentro son 30 minutos de visita con audio guiq. Merece la pena.
Imprescindible de Baviera. Merece mucho la pena ir, eso si hay que reservar los tickets con antelacion, si no on line se liberan a las 8:00 de la mañana en internet plazas. Imprescindible visita. Maravillosas vistas. Mejor subir en autobus y reservar fuerzas para ir a la parte del puente desde donde se pueden hacer fotos espectaculares al castillo.
Increíble sitio, vale la pena recorrerlo en octubre-noviembre, el clima es agradable y el lugar es muy agradable. Recomiendo ampliamente ir.
Muy recomendable la visita. Dura 30 minutos y, aunque no lo ves todo por supuesto, sí que se visitan las estancias de Luis II y sus salones principales. Hay audioguías en español y cuenta con una cafetería original también. Nosotros fuimos en un tour con lo que no hicimos apenas fila pero la noche anterior había nevado con lo que se suspendieron los autobuses (de toda formas, éstos no suben hasta el mismo castillo si no que se quedan en una explanada a unos 300 metros y es cuesta arriba). Las personas con problemas de salud del tour no subieron y, si bien hay carruajes, caben 8 personas, hay que hacer bastante fila y no suben hasta arriba tampoco. Es un factor a tener en cuenta. Por otro lado, finalizada la visita saliendo a la izquierda (está muy bien indicado) recomiendo ir hasta Marien Brucke (unos 10 minutos cuesta arriba) porque las vistas del castillo y alrededores son espectaculares.
El castillo de mis sueños. Es una experiencia increíble la sensación de llegar y ver ese impresionante castillo, es algo majestuoso, que no se puede describir con palabras es una experiencia es una que vale la pena vivirla.